¿ESCOLARIZACIÓN INFANTIL PREMATURA?

¿Para qué y cuándo entramos al sistema educativo? Es muy posible que esta pregunta sea obviada a menudo a la hora de que un niño/a sea escolarizado debido a la obligatoriedad de la propia escolarización que eclipsa la pregunta al confundirla con el por qué. Pero llama la atención que, si bien la escolarización obligatoria no es hasta los 6 años, el porcentaje de niños que acceden a servicios de guarderia al cumplir el permiso de lactancia de la madre (4 meses) aumenta cada año y el de niños entre 3 y 6 años escolarizados en la etapa infantil está en 99,1% para el año 2010/11 según datos del INE. Lo cual hace pensar en las razones que tienen los padres para tomar esta decisión. ¿Es para mejorar las posibilidades educativas de sus hijos y ofrecerles mejores oportunidades de desarrollo personal? Si se creyera que la pronta escolarización ofrece una ventaja en cuanto al fin último de la educación, ¿no sería obligatoria a partir de una edad más temprana? 

La secular vigencia del sistema educativo, que pervive en el tiempo más allá de sus resultados, embaraza el cuestionamiento sobre sus objetivos, provocando que las voces críticas que reclaman el reajuste adecuado sean tildadas de anárquicas, anti-sistema o ideologizantes. De este modo, ensombreciendo con la sospecha la cogitación sobre los propósitos últimos de la enseñanza, propendemos a calificar de bondadoso el sistema, lo cual nos provee la justificación del prematuro ingreso en el mismo de los más tiernos lactantes, cuando es a todas vistas indisputable que el problema radica en la dificultad de conciliación laboral y familiar. 

Pediatras de renombrado prestigio como Carlos Gonzalez  o la psicologa infantil Rosa Jové, cuestionan duramente la escolarización antes de los 3 años, e incluso el posterior ciclo de 3 a 6 años defendiendo que lo que necesita aprender el niño/a en ese periodo es sobre todo un sano apego hacia los progenitores. No obstante, terminan reconociendo que el problema es de conciliación y que su propuesta de crianza natural no es viable mientras no cambie el modelo de sociedad y se retome el prestigio de la familia como ámbito propio del proceso educativo. En el anverso de la moneda siempre encontramos otros especialistas dispuestos a cimentar su argumentario en la exigencia de desapegar a la criatura de su progenie de modo precoz y espartano, proponiendo métodos conductistas sospechosos de haber sido copiados del adiestramiento circense de las fieras. Si por ellos fuera, probablemente propondrían una gestación extrauterina para evitar el apego. 



Podemos pensar por tanto, que si el “para qué”, es el mejor desarrollo de la persona, lo que se debería procurar es un entorno familiar que favoreciera el tiempo dedicado a los niños y no preocuparse tanto de la escolarización por miedo a que después no sea capaz de adaptarse. 

Sistemas educativos como el de Finlandia, reconocido como uno de los mejores del mundo y número uno en las pruebas PISA durante años, tienen una escolarización obligatoria tardía en comparación con otros países de Europa (7 años), lo cual evidencia que no es  el temprano ingreso el garante de la eficacia del sistema. Curiosamente en el otro lado de la balanza poseen un sistema social de ayuda a la paternidad/maternidad que permite que sean los padres los primeros y verdaderos educadores de los primeros años de vida de sus hijos. Según datos de la OCDE mientras España es el 4º país con índice más alto de escolarización infantil (100%), Finlandia sólo alcanza el 40,2%. Por el contrario, el fracaso escolar coloca a España en cabeza de la Unión Europea. El proceso sociológico que da lugar a esta escolarización infantil debiera ser analizado en profundidad para ponderar las motivaciones últimas y desentrañar el defecto que pudiera provocar. 

Las sociedades agrarias educaban a sus propios hijos en el seno familiar. En la medida que la sociedad se va complicando primero con la sociedad industrial y ahora con la sociedad de la información, la familia va delegando su responsabilidad al Estado. Y  este proceso ha provocado que los padres actuales se consideren incapaces de educar a sus hijos, como si ello fuera una tarea propia de profesionales muy especializados, sin reparar en que precisamente los profesionales de la educación infantil y primaria han sido en España, hasta ahora, los de menos años de formación y los de acceso a la carrera con notas más bajas, acumulando entre sus filas grandes masas residuales de otras  malogradas tentativas.

Acontece pues, que el ingreso a la educación formal (especialmente cuando nos referimos a la etapa pre-obligatoria) está motivado en un alto porcentaje por la imposición coyuntural a los padres de encargar la atención del niño a otras personas, debido al  requerimiento  de tiempo para su trabajo, más que por un consciente deseo de formación para que su hijo sea en un futuro una persona libre, madura, responsable y realice su aportación singular a la sociedad. 


No es mi intención acometer contra la necesidad o la obligatoriedad del sistema educativo, sino reprender el proceso irreflexivo que delega acríticamente la formación de la prole, sin detenerse a ponderar los objetivos y pecando de dejación en la preceptiva supervisión de si el medio consigue hacer llegar al fin, dado que esta situación puede provocar que la irreflexión se transmita al alumno y se encuentre, pasados unos años, cuando sea más consciente de su propio proceso de maduración personal, con una falta de motivos para permanecer en el sistema. 

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