EL CAMINO MENOS TRANSITADO

Dos caminos divergían en el bosque, y yo-
Yo tomé  el menos transitado
Y eso ha hecho toda la diferencia.

Robert Frost




Estos versos finales del poema “The Road not Taken” que en 1916 escribió el impar Robert Lee Frost (1993) nos introducen en la dramaticidad del dilema que supone cualquier elección en la vida. Estrictamente analizado, si el protagonista hubiera escogido el más transitado, también esta elección hubiera marcado la diferencia. Toda opción supone un rechazo y la posibilidad del error unida a la incertidumbre de la alternativa provoca una sensación de vértigo que si no es dominada por el miedo, puede convertirse en el estímulo necesario para el disfrute de la esencia de la vida. 

El popular poema anónimo atribuido a Walt Withman “No te detengas” lo expresaba maravillosamente diciendo: “Disfruta del pánico que te provoca tener la vida por delante. Vívela intensamente, sin mediocridad (…) porque aunque el viento sople en contra, la poderosa obra continúa y tú puedes aportar una estrofa. (…) No dejes de creer que las palabras y las poesías sí pueden cambiar el mundo.” 

A pesar del pánico que provoca la elección especialmente cuanto se trata de opciones de vida cuya irreversibilidad las hace más determinantes, hay algo maravilloso en cada opción, que nos hace, como dice Whitman, únicos en el sentido de que aportamos nuestra estrofa a la poderosa obra que es la historia de los pueblos y ese verso puede ser determinante en el devenir de la humanidad. Algo de esto capta la intuición adolescente del estudiante que debe elegir con 15 años entre varias opciones de bachillerato, sabiendo que ello puede encaminarle a ser el nuevo Ramón y Cajal, el ulterior Enric Bernat o la subsiguiente Tamara Rojo. Y ésto lo determinará  la decisión de elegir el camino menos transitado. De ahí el pánico ante la grandeza de tener la vida en las manos, el futuro agarrado por las riendas y la posibilidad de trascender en la historia, al alcance de una decisión. 

¿Cómo rubricar esa desemejanza que origina que yo sea yo mismo, aquel que estoy vocacionado a ser, único, irrepetible y con una misión? ¿Cómo atinar con la fórmula de la singularidad y no caer en la mediocridad de quienes se suman a la liga  de imitadores de tendencias prefabricadas como adoctrinamiento de masas?

 Si cavilamos sobre los fines de la educación, reparamos en que el objetivo último pretendido es precisamente este de dotar a cada ciudadano de los instrumentos necesarios para desarrollar su vocación, en el sentido ya citado de singularidad y desarrollo de una misión concreta.  Nacemos inmaduros y en nuestro desarrollo comunitario recibimos las ayuda de los ya formados para alcanzar nuestra madurez.

Se impone por tanto la reflexión, sobre si la orientación escolar que los alumnos reciben en su últimos años de educación obligatoria o posteriormente en bachiller, en orden a los estudios superiores, es realmente una orientación “vocacional” en el sentido más literal o etimológico del término, que remite a “llamada interior” (sin ánimo de otorgarle ningún cariz religioso o espiritual), o si por el contrario es una mera indicación de alternativas en base a la redundante distribución estadística, que cual hado determinista profetiza que los aventajados en ciencias irán destinados a las ingenierías, los avezados en letras hacia la abogacía y los mediocres a las ciencias de la educación. 


¿Dónde queda entonces el valor del camino menos transitado? Sin duda es el miedo al error lo que nos lleva a elegir el camino más transitado como “más seguro” sin percatarnos de que su seguridad no es otra que la del yerro colectivo, que hace percibir como menor el desacierto al disolverlo en la masa. No debemos olvidar por tanto que “mal de muchos, consuelo de tontos” y ser capaces de correr el riesgo de ser únicos. 

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