Cuando
hablamos de cambio de paradigma educativo, corremos el riesgo de pensar restrictivamente
que se trata de un cambio en cuanto a la metodología, es decir, un cambio
pedagógico. Se habla de pedagogías emergentes como el PBL, el aprendizaje
cooperativo, la Flipped Classroom o el Design Thinking. Y sin desestimar esta
realidad, considero ineludible que no perdamos de vista que ese nuevo paradigma,
lo que implica es una nueva visión del concepto escuela o colegio.
Sin duda alguna, la escuela es uno de los
elementos fundamentales de la sociedad. Se requiere educar a nuestros niños
para que sean los hombres y mujeres que el día de mañana lideren esta sociedad.
Pero hay dos formas de entender esta labor. La primera de modo estático, la
segunda de modo dinámico.
Una premisa necesaria es no perder de vista
que, debido a la falta de conciliación laboral-familiar, un porcentaje muy alto
de niños/as comienza su escolarización en el primer año de vida, casi el total
a los 3 años. Si añadimos los años de bachiller y la universidad, a la que
todavía a pesar de la crisis, también accede un porcentaje alto de alumnos, nos
encontramos con personas que han pasado más de 20 años en el sistema educativo,
aprendiendo de manera generalmente pasiva, recibiendo contenidos académicos
sobre lo que tienen que aportar a la sociedad, pero sin hacerlo de facto.
El colegio es mucho más que impartir asignaturas. Es un elemento transformador
del barrio, de la sociedad. Pero lo será en la medida en que tenga una
proyección hacia fuera, que lo redimensione como un lugar no exclusivamente de
formación de menores, sino como agente social activo enriquecedor de su
entorno.
Trabajando con PBL o Design Thinking, el propio
aprendizaje puede enfocarse para que los productos finales a evaluar sean
aplicaciones que mejoren el entorno del colegio. Si además, desde el propio
centro se hace un análisis de campo de las necesidades del barrio o de la
ciudad y se proyectan acciones solidarias a través de procesos de voluntariado
por ejemplo, la educación estará siendo realmente práctica.
Esto implica, entre otras cosas, que los
profesionales con los que debe contar el centro, cada vez van a precisar de una
mayor especialización en este enfoque. Para ello es necesario que dejemos de
cometer algunos errores generalizados a la hora de llevar a cabo los procesos
de selección.
Observo con pesar, que un criterio que se está
generalizando, es el de buscar personas con amplia titulación que puedan cubrir
muchos puestos o impartir varias asignaturas (hasta aquí todo bien) pero
privilegiando este criterio de manera exagerada sobre la experiencia, la
afinidad con el ideario del centro o la capacidad de crear equipos de trabajo
efectivos. Obviamente es cuestión de tiempo (muy poco tiempo) que este profesional
termine quemado por falta de motivación y exceso de trabajo diversificado. No
lo manifestará abiertamente por miedo, pero el resultado último será justamente
el contrario al buscado: un menor rendimiento laboral.
Otra pauta reiterada es que a menudo se
contratan profesores con un índice de personalidad más bien bajo, personas de
perfil pusilánime, con el propósito de evitar problemas relacionales, ya sea
con los compañeros o con la autoridad. Pensémoslo de manera detenida.
¿realmente creemos que este es el modo de evitar conflictos? Los conflictos y los problemas siempre
van a aparecer, forman parte de la vida de un organismo. Personalmente,
prefiero que me dé problemas un profesor por arriesgado, emprendedor, creativo
e innovador que por achantado,
acoquinado y obediente. “Más vale frenar a un loco que empujar a un tonto”. No
podemos estimular la creatividad metodológica con personas que prefieren
obedecer y callar. La labor de la dirección consiste precisamente en gestionar
exitosamente el conflicto, sea de la naturaleza que sea. El temor a no saber
desempeñar exitosamente su rol de autoridad no puede ser evitado a través de
elegir personas que no la cuestionen.
Un último criterio de selección equivocado
estimo que es la falta de valor para prescindir de quien realmente lo está
haciendo mal y generando lastre al centro, habitualmente por lo caro de un
despido. En el otro extremo encontramos el desparpajo con el que se prescinde de personas válidas o
potencialmente valiosas con el único objeto preventivo de no hacer contratos
fijos. El coste del despido no puede establecerse como criterio de selección.
Nuevamente este tipo de decisiones manifiestan inseguridad en las decisiones
tomadas y exceso de prevención por miedo al error.
Desde una perspectiva de liderazgo efectivo, la
selección de personal debería estar en función de la configuración de equipos
de trabajo funcionales en pro de objetivos de excelencia previamente
formulados. El simple relleno de huecos bajo el criterio de ganga (profesores
multiuso, baratos y fáciles de usar) es un error que se paga.
Se precisa a mi juicio, una mentalidad abierta
por parte de los responsables correspondientes, para visualizar que no se trata
sólo de profesores, en cuanto personas que impartan clase de cada asignatura
oficial, lo que el colegio necesita, sino un apropiado equipo multidisciplinar que realice cometidos diversos, no
siempre de carácter estrictamente docente, aunque sí educativo.
Si coincidimos que cambio de paradigma
significa cambio de visión, urge que en ella visualicemos la inversión en
profesionales que hasta el momento sólo de modo eventual aparecen por el
centro.
Inversión por tanto en profesionales de la
animación sociocultural que ayuden a la interacción con el entorno del centro desde
la perspectiva no-formal, formen en voluntariado y creen escuela de monitores
entre los alumnos. Inversión en equipos de orientación polifacéticos experimentados
en Inteligencia Emocional y todo lo
relacionado con la neuropedagogía. Inversión en expertos en la implementación
de pedagogías emergentes que puedan trabajar como tales sin que sea esta una
tarea que se encomienda a un profesor, cargándole con más peso del que puede. Inversión
en personas cuya tarea sea la de establecer esos vínculos de la escuela con el
barrio. Gente conocedora de ambas realidades y con la habilidad de establecer
este tipo de simbiosis.
Continuar cargando este tipo de funciones a los
profesores y esperar además que dé resultado, como si la labor de preparar y
dar clases no fuera suficientemente ardua, considero que es moverse en el viejo
paradigma. Por ello hablo de inversión y no de gasto. La mirada debe estar
puesta en los alumnos y lo que puedo ofrecerles, no en el bolsillo y lo que me
va a costar, porque “si crees que la excelencia es cara, espera que te llegue la factura
por la mediocridad”.
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