MIS MELLIZOS Y LAS INTELIGENCIAS MÚLTIPLES

            Creo que la primera vez que escuche hablar del modelo de Inteligencias Múltiples aplicado a la educación fue en una charla de Montserrat del Pozo, si no recuerdo mal en el 2009. Allí hizo una afirmación totalmente obvia, para justificar el modelo utilizado en su colegio, y era: “ si ustedes tienen más de un hijo se habrán dado cuenta que no son iguales, a pesar de recibir la misma educación, el mismo ambiente familiar , el mismo colegio”. Por supuesto, todo el público asintió. Y no hace falta tener hijos para constatar esas diferencias. Pero ocurre que cuando no hacemos explícitas las verdades fundamentales, corremos el riesgo de olvidarlas y pasarlas por alto a la hora de actuar.

            En aquel momento yo todavía no tenía hijos. Un par de años después llegaron Rodrigo y Diego, los mellizos. La próxima semana cumplen  los 3 años. En este tiempo he podido constatar que “no son iguales” a pesar de tener quizá mucho  más en común que cualquier otro par de hermanos nacidos distantes en el tiempo.

            En mi caso no es que no sean iguales, es que son como el día y la noche. A Rodrigo le gusta escuchar canciones y bailar, Diego descubre letras y números en las matrículas de los coches, los letreros de las tiendas o en las camisetas de papá. Rodrigo es tremendamente ordenado, todo se tiene que hacer como se hizo anteriormente, no se puede cambiar nada de sitio. Diego es un espíritu libre, que va demostrando mucha imaginación en su inventar juegos con lo que encuentra. A  Rodrigo le encanta probar cosas nuevas de comer sólo porque tenga una forma o color distinto. Diego con la comida es sota, caballo y rey.  Rodrigo se fija en los procesos, cómo se hacen las cosas. Diego se fija en los patrones, similitudes y diferencias.  Ni siquiera les gustan los mismos dibujos animados, ver la tele es un conflicto. Rodrigo se despierta por la mañana con muy malas pulgas y hay que ir suavizándole poco a poco. Diego se despierta con una sonrisa y dice: “Hola soy Diego, ¿quieres jugar a algo?”. Rodrigo es zurdo, Diego es diestro.

Esto implica que todo lo que hago durante el día con ellos debo pensarlo al menos de dos modos distintos. Nuestro rato lúdico-educativo después del desayuno tiene que ir alternando los gustos de ambos. Dependiendo de lo que elijamos hacer, uno de los dos necesita más acompañamiento que otro. A Diego le puedo dejar solo haciendo un puzzle, lo terminará sin ayuda. Rodrigo si no lo hacemos juntos hablando de cada ficha y sus posibilidades, ni siquiera comenzará. Si se trata de dibujar sucede al contrario, Rodrigo corre con sus pinturas a una esquina hace su “obra de arte” y viene a enseñarla orgulloso. Diego me pide que le pinte yo una casita y el rellena con infinitas ventanas. Después de jugar toca hacer las camas, poner la lavadora, limpiar, recoger, etc. Rodrigo se desvive por ayudar, lo cual obviamente ralentiza mi actividad. Diego, definitivamente no tiene vocación de amo de casa. Antes de llegar al parque  pasamos por el mercado a comprar pescado y a Diego le aúpo sobre el mostrador para enseñarle las diferencias entre las lubinas y las doradas, los boquerones y las sardinas. Y a Rodrigo le enseño lo que tiene que pedir y a dar el dinero al pescadero. Ya en el parque, Diego se pone a jugar y acoge con cariño a los demás niños que se le acercan a jugar con él. Rodrigo no espera, se acerca él nada más llegar y se presenta ofreciendo su amistad.

            Nada diferente a cualquier otro padre que tenga dos hijos, supongo. Tratar a cada uno según su forma de ser. Con la peculiaridad de que los dos tienen la misma edad y se aprecian comparativamente más fácil las diferencias.

            El próximo curso comenzarán su aventura escolar. Ingresan en el sistema educativo en la etapa infantil de 3 años y reconozco que me genera cierta inquietud. Porque no podemos ocultar la realidad de que la escolarización todavía en nuestro sistema tiene un alto grado de uniformización, estandarización y clonación. Se sigue trabajando sobre un modelo único de éxito académico basado en la superación de pruebas, que en palabras de Ken Robinson, “sólo miden la capacidad de superar ese tipo de pruebas”.



            El modelo de Inteligencias Múltiples de Howard Gardner defiende principalmente, que todos los niños son inteligentes, pero cada uno lo es a su manera. No existen los “tontos”.  Considero que esto es un gran avance ideológico en el mundo de la educación, por la mirada positiva y esperanzada que proyecta sobre el alumnado y por el respeto absoluto a las diferencias.  Sin duda por ese camino obtendremos mejores resultados en pro de una sociedad más justa e igualitaria.

            Sin embargo esta realidad que es tan evidente de constatar por cualquier progenitor, sin necesidad de estar versado en el truculento orbe de la pedagogía, parece no ser tan manifiesta para los responsables de la implementación de los programas educativos en los colegios, que al oír hablar de nuevos modelos o de pedagogías emergentes, lo perciben como una moda pasajera o como un dilema embarazoso, sin reparar en que cabalmente por lo innato del modelo a la naturaleza humana, su puesta en práctica debería ser altamente asequible.


            Reclamar que el sistema educativo  se adapte al alumnado y no el alumnado al sistema, supone poner a la persona en el centro de la intención pedagógica. No estamos proponiendo una revolución ideológica que ponga todo patas arriba, sino reivindicando la normalidad que se testimonia en la actuación de cualquier padre cabal o cualquier maestro/a ejemplar. Es decir, que la escuela se parezca más a la vida real donde todos somos conscientes de que cada persona es diferente y la tratamos en función de su forma de ser.

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