Una expresión que estamos habituados a escuchar, muy especialmente en labios de quienes ostentan de manera pública algún tipo de liderazgo moral, es que en este momento de la historia vivimos una crisis de valores. Es esta un afirmación, que así, de manera gratuita y con un alcance global, puede significar mucho o nada. Sería necesario establecer algún tipo de baremo, de criterio comparativo, que nos permitiera tener la indicación del momento histórico en el que los valores hayan sido la referencia ideológica y la praxis habitual. Me cuesta pensar en un tiempo en el que los valores democráticos, las libertades, los derechos humanos y la solidaridad estuvieran más asumidas de un modo global que en el actual, con todo el camino que sin duda queda todavía por recorrer.
Supongo que cuando nos adscribimos a una afirmación de este tipo, queremos significar nuestra constatación de que a nuestro alrededor observamos múltiples acciones en las que los valores de fondo que motivan tales conductas, denotan una cierta pobreza moral de los sujetos o entidades protagonistas.
La disputa sobre cuáles son esos valores estimo que es fútil. No creo que haya duda en si debemos actuar de manera honrada o corrupta, sincera o hipócritamente, ser veraz o hipócrita, compasivo o cruel. Sin embargo la elección incorrecta generalizada denota que no está asumida de verdad la opción por el bien.
A mi juicio, y supongo que coincidirá con el de muchos de los que lean estas líneas, la clave está en la educación. Si esos valores arraigan en la persona como parte de su identidad a temprana edad, es de esperar que en el proceso de maduración humana, florezcan en el modo de actuar, dando como resultado lo que podríamos denominar como una persona de valores.
Claro que para ello es preciso que quienes educan, lo hagan con el ejemplo. Es decir, sean también personas de valores. Quizá parte del error, venga por esta suposición. Me sorprende comprobar que muchos de los procesados por corrupción en este país fueron educados durante años en centros educativos de gran prestigio, gestionados por instituciones que tienen a gala la educación en valores y presumen de formación integral humana, tanto religiosas como laicas. ¿Qué ha fallado entonces?
Es posible que hayamos dado por supuesto que con que la institución se auto-denomine garante de los valores morales, es suficiente para que confiemos en que así será. Por ejemplo, yo doy por supuesto que un colegio religioso actuará de acuerdo a los valores del ideal que sus creencias proclaman, esto es, empatía con los más desfavorecidos, búsqueda del mayor bien, amor a los excluidos.
Sin embargo, me espanto al ver a mi alrededor cómo algunos de estos centros se aprovechan de la actual situación del mercado laboral y ofrecen condiciones indignas a los candidatos a un puesto docente. Recientemente, compañeros profesores me cuentan como aprovechando la nueva normativa que permite no contratar un sustituto hasta pasados los quince días de baja, más de un colegio buscan una suplencia inmediatamente, dando una imagen ante los progenitores de responsabilidad, pero al aspirante le ofrecen no cobrar hasta pasados los quince días reglamentarios de la baja del sustituido, de modo que puede que trabajes 25 días y cobres por 10. Si no te parece bien, hay una fila de gente detrás que está dispuesta a aceptar estas condiciones. Por no hablar de la propensión a no renovar contrato pasados dos años para no hacer fijo al maestro y tener mayor margen de actuación en la contratación. ¿Qué pasa con esos maestros y educadores en general que se vuelven verdaderos nómadas, de provincia en provincia? ¿No sería mejor estrategia contratar en función de crear un buen equipo docente que ofrezca buenos resultados?
No es mi intención entrar en todos los factores que influyen en la toma de este tipo de decisiones, sino en lo incuestionable del tipo de valores que prevalecen en estas decisiones y que estoy convencido que influyen a la hora de educar en valores. Educamos en función de lo que somos. Y los valores no se asumen por formar parte de un curriculum, mucho menos si su presencia en el mismo es tan solo transversal (que en muchos casos es sinónimo de invisible). Si queremos alumnos que transformen la sociedad en la que viven, es preciso que los centros educativos no se auto-engañen, ni se justifiquen y sean coherentes con sus ideales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario